Son las 4.00 de la mañana. Suena el teléfono. Incendio en una fábrica de Wilde. Ahí va. Un día domingo cualquiera, mientras disfruta de un buen mate, se sonríe junto a su familia en una mano de truco, suena el teléfono. Habla al país Cristina Fernández en Olivos. Ahí va. Un sábado por la noche, de esos en los que los amigos aparecen a cenar y que se alarga la velada hasta altas horas de la noche. Suena el teléfono. Crónica de la carrera de Formula Uno en Japón. Ahí va.
No se sabe de horarios, no se piensa en lo que se pierde, sino en lo que se gana. El afamado reportero, cronista, redactor o como quieran llamarlo resume todos esos aspectos en una sola palabra que simplifica el nombre de esta profesión adorada por muchos, y rechazada y hasta defenestrada por otros: PERIODISTA. De todos los días, de estar periódicamente en busca de llevar al jefe la información fidedigna y que eso a su vez, esté al servicio del pueblo. Buscando la veracidad de los hechos, las voces de los protagonistas, esperando a la veda de la Luna, o con la peor de las fortunas, debajo de una intensa lluvia que no le permite divisar el horizonte que debe cubrir. Con más de días completos sin conciliar el sueño, con la obligación de trasladar a algunas líneas todo lo que pudo observar en un suceso puntual, lo hace aún mas sacrificado y agotador su jornada laboral.
Entre rondas de café, de anteojos que intentar corregir lo escrito a través de un monitor, con las manos a gran velocidad para terminar con la odisea de una cobertura por demás exhaustiva. Una vez que puede finalizar con su labor, camina por los pasillos de la redacción buscando al jefe, para que le permita regresar al hogar luego de una larguísima jornada. Y en ese camino de regreso encuentra un accidente automovilístico gravísimo, donde hay varios heridos, entre ellos menores de edad. Y allí saca del bolsillo, de ese sobretodo que lo cubre del frío intenso de la noche porteña, ese amigo incondicional que puede estar antes que cualquiera. El grabador ya estaba en punta, claro, preparado ante cualquier imponderable. Y allí, entre medio del auxilio médico y de la comunidad que se acumuló en esa esquina de Corrientes y Esmeralda, el PERIODISTA toma nota en ese pequeño pero útil anotador, mientras graba los testimonios de los propios protagonistas del hecho, que lograron salir ilesos, y el cuerpo médico que tranquiliza a esos familiares ante el shock del accidente. Y el regreso a la redacción se hace continuo. Y presenta el material. Y el jefe lo palmea, nadie sabe si por una felicitación o por una especie de burla ante su propia nariz. Y entonces debe redactar todo lo acontecido. Vuelve a tomar asiento. Bebe aquél café que dejó a medio tomar en su escritorio angosto pero con el suficiente lugar para apoyar esa taza. Llega el amanecer. Vuelve a tomar su abrigo, ese que lo ha acompañado en lluvias intensas y en los días más fríos del año. Se sube al auto y emprende el camino a casa. Ese hogar que lo espera, que lo acobija y lo atiende con una taza caliente y la comprensión de lo que significa para él todo este mundo que gira a veces más rápido que su propia visión.
En esa adrenalina que lo trajo lo lleva hasta el cómodo sillón del living, donde logra bajar las revoluciones de una agitada noche de Buenos Aires. Y concilia el sueño, que arrastraba por extensas horas. Y despierta horas después sobresaltado, como si hubiese ocurrido algo en ese sueño que lo catapultó del asiento, lo hizo salir casi corriendo de su domicilio y lo llevó a la redacción. Casi sin saludar a nadie, se sentó tomó un vaso con agua, prendió su computadora y empezó a escribir esta líneas: "Trabajo hace 4 años en este lugar, me veo en la obligación de superarme día a día, de llevarme a mi casa la satisfacción de haber cumplido el objetivo a corto plazo. Ese objetivo que nos hace levantarnos todos los días, que nos permite estar en los peores lugares y situaciones posibles, como una guerra, o una tragedia, y aquellos que nos honran con su prestigio y con su alegría, como un mundial de fútbol, un juego olímpico o una cumbre de presidentes de todo el Planeta, otros que nos permiten conocer la realidad en todas sus dimensiones, como la de transitar la villa más peligrosa de la provincia o visitar esos comedores infantiles que les dan una alimentación digna a millones de niños, y por último, esos que nos llevan a conocer aún mas sobre nuestras raíces, como los pueblos aborígenes de todo el país. Por esas sendas caminamos, luchamos, preguntamos, esperamos, contamos, transmitimos, mostramos e informamos, siendo capaces de decir la verdad en un Mundo plagado de mentiras. Sólo depende de nosotros mismos". Y cuando terminó con esas palabras, se acercó al jefe y le dijo: "Renuncio". Y se fue. Pero no dejó de ser lo que es, sino que todo lo contrario, hoy tiene su propio lugar en los medios de comunicación, donde invita al apasionado, al que quiere correr con el riesgo de tropezarse, al que cree en la lucha por la verdad y la credibilidad, a vivir en carne propia el amor que provoca, ya desde joven esta profesión.
Felicidades periodistas. Porque cada día tengamos una mejor versión de este Mundo.
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